quarta-feira, abril 13, 2005 |
Juan Marsé - II |
(continuação)
¿Por qué?
La verdad es que no me lo planteo. Ese es mi mundo, no sabría explicarlo de otra manera. Tampoco es que me circunscriba necesariamente al año 45, que es cuando tenía doce años, no. Ese es un mundo que para mí es suficiente, por decirlo de alguna manera, tengo todo el material, todas las facetas diversas que pueden componer una ficción literaria. Tengo los personajes, las situaciones, los recuerdos... Por supuesto, no pretendo que sea una crónica fidedigna de todo lo que me pasó en la infancia, en la adolescencia y en la juventud, ni muchísimo menos. Hay un porcentaje elevadísimo de invención, yo diría que un ochenta por ciento es inventado. Es como una escenografía en un tiempo detenido, el tiempo de la ficción. Éste me es suficiente, me basta, me interesa. El mundo de Marsé gira siempre alrededor de los perdedores, de la gente humilde que sufrió la posguerra después de la derrota a manos del franquismo. ¿Te resulta eso más fascinante que las historias de triunfadores?
Bueno, es que será seguramente porque ese es el mundo que yo conozco. Yo no me planteo conscientemente: ahora voy a escribir otra novela de perdedores. Simplemente me pongo a describir, me pongo a pensar y a barajar imágenes y recuerdos que tienen que ver con esa época y con esa gente. Me tocó el lado de los perdedores, y entonces será por eso. Hombre, también podría decir que en el fondo me resultan más atractivos desde el punto de vista humanístico y literario. Creo que el triunfo y el éxito son espejismos, son un fraude. Tus personajes están sólidamente trazados, no hay contradicción en ellos. ¿Cómo consigues que no se contradigan en ninguno de los aspectos de sus caracteres, de sus rasgos personales, de sus emociones, hasta del habla?
Procuro hacerlos ver, procuro que el lector los vea moviéndose, prefiero que los vea y por eso les invento hasta, casi te diría, una manera de andar y de gesticular, un tipo de comportamiento físico, para que el lector los vea, en vez de decir cómo son, en vez de explicar su psicología. El retrato psicológico del personaje no me interesa, a mí me gusta que el lector lo vaya deduciendo de cómo actúa y se comporta. Es algo que hice también en prensa, en "Señoras y señores", que empecé publicando en "Por favor" y seguí en "El País". Eran unos retratos fisiológicos, pero también retrataban la personalidad en cuestión. Sí, me gusta describir los personajes. Considero que es necesario, pienso que puede ayudar al lector, que esa descripción le puede decir algo de su persona; o bien que haga avanzar la acción, que sirva para algo, no gratuitamente. Me gusta decir algo a través de esa descripción, del mismo modo que una descripción de un paisaje, de una zona urbana, o de una habitación me interesa siempre y cuando también aporte algo que haga avanzar la acción, que le diga algo nuevo al lector acerca del tema. En alguna ocasión ha comentado que más que barrio o espacio mental, su obra es también un espacio moral. ¿Eso tiene algo que ver con una experiencia colectiva?
Como un planteamiento a priori, no. Lejos de mí pretender ser un moralista. Escribir para trasmitir algún tipo de ideas morales, religiosas o políticas o simplemente sociológicas no me interesa en absoluto. Lo que pasa es que hay un sentido cívico, connatural, que expresamos en muchas formas de vida -no sólo escribiendo- y del cual, si puedo dar testimonio, lo doy; y, en definitiva, hay una serie de conceptos en mi obra respecto a comportamientos, a los sueños, que tienen que ver. Eso es un poco delicado, porque tampoco me gustaría dar la impresión de que son asuntos que no me interesan, porque me interesan mucho. Por ejemplo, -buscando algo muy concreto-, en "El embrujo de Shanghai" hay la historia de cómo se pueden traicionar unos ideales: hablo de las trampas del ideal, de que puedes poner toda la fe, todo el entusiasmo y las esperanza en un futuro mejor y equivocarte; y que otra cosa muy distinta es traicionar esos ideales, venderlos por un plato de lentejas. Hay una serie de cuestiones que me interesan, y mucho, pero yo no me atrevería a decir que planteo mis novelas según unos esquemas en los cuales intento resolver cuestiones morales.
En qué sentido le condicionó el franquismo? ¿La desaparición de la dictadura lo llevó a replantearse cosas?
Como es sabido, durante el franquismo hubo una férrea censura y el escritor no podía dar testimonio de la España real, sometida a los dictados del Caudillo y su camarilla; por lo tanto, esa mordaza condicionó y limitó el trabajo de novelistas y poetas, cineastas y dramaturgos, etc. Cabe preguntarse hasta qué punto la autocensura, conscientes de ella o no, se instaló en nuestro ánimo, en el de muchos escritores. Porque uno sabía perfectamente que a ciertos personajes y a determinados temas -por ejemplo el sexo, la religión, el régimen, la policía, los militares y la jerarquía eclesiástica- no podías tratarlos libremente. Pero acerca de esto yo sólo puedo hablar por mí mismo; de manera consciente no recuerdo haberme autocensurado en ninguna novela. Cuando en los primeros años setenta escribía "Si te dicen que caí" ya sabía que sería prohibida en España mientras Franco viviera, así que me lié la manta a la cabeza y decidí enviarla a México. Fue una decisión acertada. La escritura invisible Desde un punto de vista literario siempre se ha dicho que tu prosa no se nota. Y es cierto. No es ampulosa, pero sí brillante en descripciones, efectiva. ¿Tienes que trabajar mucho para conseguir ese efecto de transparencia y esa aparente sencillez?
Justamente, para que no se note que ha sido muy trabajada, la he tenido que trabajar mucho. Parece una paradoja, pero es así de sencillo. Me gusta una prosa transparente, lo más transparente posible. La prosa es eficaz en lo que me propongo, que es que el lector me siga, es decir, crear una tensión en el texto, por decirlo así, una tensión interior que consiste en ir al grano directamente, deteniéndome allí donde creo que hay que detenerse, a veces incluso con algún arrebato lírico, los menos posibles, y de los cuales casi siempre me suelo arrepentir después, y suprimo muchos de ellos con el fin de que el lector esté atrapado por lo que le estoy contando y no se pare a pensar en cómo lo estoy contando. ¿En qué novelas se siente más orgulloso de su tratamiento del humor?
Las novelas de las que estoy más contento con respecto al humor serían "Últimas tardes con Teresa" y también la última, "Rabos de lagartija", porque me parece que ahí el humor cumple unos objetivos narrativos muy concretos: distanciar un poco la historia de amor, anestesiarla mediante la ironía, porque los materiales -que rozan la novela rosa en "Últimas tardes..."- son muy peligrosos. El humor, en este caso, ayuda a desengrasar, hace correr más los subtemas y le quita hierro a la cosa. Pero yo no sabría decir de dónde proviene. En todo caso, es posible que en "Últimas tardes con Teresa", a pesar de todos los pesares, pueda haber cierta influencia de Nabokov, y muy concretamente de "Lolita", que es también una historia peligrosa, en la cual me di cuenta que utilizaba el humor de esa forma. Es sobresaliente el provecho que usted ha obtenido del cine. ¿Por qué no al revés?
El cine se ha aprovechado de mis novelas, con resultados -hasta hoy- deplorables. Ahora bien, yo también he chupado del cine, tengo influencias del cine, como cualquier escritor actual. Las influencias vienen del cine que a mí me ha gustado siempre, del que ya no se hace: el de los años treinta y cuarenta, el de la Fábrica de Sueños de Hollywood, de cuando el cine tenía a veces poco que ver con la realidad, pero era capaz de crear mundos de ficción fascinantes. Lo que yo lamento de las adaptaciones de mis novelas no es que no hayan sabido recrear mi mundo -eso me tiene sin cuidado-, sino que no sean buenas por sí mismas. Cuando una película es buena, lo es por la bondad de sus valores estrictamente cinematográficos, haya sido fiel o no al texto literario adaptado. Una película puede no parecerse en absoluto a la novela que adapta y sin embargo ser muy interesante. Desdichadamente, en mi caso suelen parecerse un poco demasiado, y tal vez por eso son cinematográficamente malas: chatas, sin vida propia, sin que los que las adaptaron y dirigieron aportaran nada personal. Regreso a la adolescencia Entre las figuras literarias que aparecen en sus novelas, hay algunas que se repiten, pero sobre todo destaca el recurso frecuente a la figura del adolescente que también está en el eje narrativo de su última novela. |
posted by George Cassiel @ 4:20 da tarde |
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GEORGE CASSIEL
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"Este era un cuco que traballou durante trinta anos nun reloxo. Cando lle
chegou a hora da xubilación, o cuco regresou ao bosque de onde partira.
Farto de cantar as horas, as medias e os cuartos, no bosque unicamente
cantaba unha vez ao ano: a primavera en punto."
Carlos López, Minimaladas (Premio Merlín 2007)
«Dedico estas histórias aos camponeses que não abandonaram a terra, para encher os nossos olhos de flores na primavera»
Tonino Guerra, Livro das Igrejas Abandonadas |
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