sexta-feira, abril 08, 2005
Alberto Ruy-Sánchez fala de Juan Rulfo
A propósito do post de ontem:

"En todos los encuentros personales que tuve con Juan Rulfo, la gran mayoría en la librería que estaba a la vuelta de su casa, El Juglar, nuestra conversación terminaba siempre en la fotografía.
Hablábamos de literatura mucho tiempo, de rincones de México que pocos escritores conocían, y de fotografía. La literatura brasileña era una de sus pasiones: le gustaban los libros que tuvieran algo telúrico, algo de selva indomable. Y apreciaba especialmente los momentos narrativos en que la naturaleza se convertía en imagen de los hombres y sus pasiones desbordadas. Apreciaba a los escritores como compositores que desatan fuerzas tremendas y luego las templan en una obra armónica, de sonidos tenues en apariencia o en primer plano que luego esconden tormentas. Las palabras como superficie recta, plana, que no gritan pero que si uno ve con cuidado son superficie rota, llena de texturas. Y su rotura es su valor estético.
La composición literaria era un valor que en aquel momento no todos apreciaban en los libros de Rulfo, encandilados con las referencias a la realidad que hay en ellos. Pero él mismo reconocía que la realidad, transportada a una composición artística no es la realidad, ni es su espejo, es una nueva realidad, no su imagen fiel, es una segunda realidad compuesta como música para los sentidos. Otra cosa. "Cuando uno lee, decía, tiene que fijarse en esa otra cosa, no en la realidad de la que habla el libro".
Estos intereses literarios de Rulfo que enumeré brevemente tienen para mí una relación directa con sus intereses fotográficos. No es extraño entonces que cuando hojeábamos algún libro de fotos de la librería siempre se detuviera a comentar las texturas de las imágenes y la composición. Me parecían dos obsesiones. Luego pasaba a una explicación técnica sobre su idea de con qué tipo de cámara y de película se lograría ese efecto intenso para los sentidos. Especialmente para el tacto a través de la vista.
En la literatura se despierta al tacto entrándole por el oído, en la fotografía se le despierta llegando a él por los ojos. Pero tocar, oler, saborear, es parte de la composición. No sólo las líneas evidentes de la superficie de una obra son importantes sino también las que van dentro de ellas hacia todos los sentidos. Y hacia nuestra imaginación. Por eso no es extraño que en las fotos de este libro yo vea con insistencia texturas y composiciones.
Acostumbraba pronunciar frases lapidarias: perlas de sabiduría como las que muchas veces dicen sus personajes. Viendo una fotografía una vez me dijo: "La sombra es una cosa que se toca". Y en las fotografías de este libro las sombras están presentes como si él hubiera estado retratando el reino de las sombras. Las personas son ligeras, muchas veces diminutas. Las sombras son más presentes, los edificios son como el cielo.
Conocía muy bien México. Había sido agente viajero de ventas y luego tuvo chambas relacionadas con los caminos y los pueblos. La mayoría de los textos incluidos aquí pertenecen a ese ámbito del trabajo por encargo, no creativo sino más bien informativo. Sólo en "El Castillo de Teayo" vemos a Rulfo de cuerpo entero, con su obsesión atenta a los muertos. En este caso a los dioses muertos. Describe su llegada y visita a este sitio arqueológico hundido en la selva huasteca entrando en una cortina ritual de lluvia que nos instala de lleno en un mundo donde lo imposible es verosímil. Es muy interesante leer a Rulfo, hombre del llano, del paisaje seco, describiendo un paisaje tropical y sus desbordamientos. Como en sus mejores historias pasa de la vida inmediata a un mundo mítico donde los dioses antiguos están presentes con la fuerza de su ausencia de derrotados, de sacrificados. Ahí están los dioses sin nariz, arrancada por sus enemigos en signo de victoria.
Víctor Jiménez, impulsor y prologuista de este libro hace un énfasis en la arquitectura, al tiempo que se fue.
Palabras e imágenes de una desgarradura quieta, estable como una ruina o un templo olvidado. Todos los dioses han muerto en estas imágenes".
por Alberto Ruy-Sánchez.

Alberto Ruy-Sánchez (Ciudad de México, 1951). Su estancia en París le permitió estudiar con Roland Barthes, Gilles Deleuze o Jacques Rancière. Así, tras el doctorado, se hizo editor y escritor. Desde 1988 dirige la revista Artes de México. Con "Los nombres del aire" (1987, en Alfaguara en 1996) ganó el premio Xavier Villaurrutia. Su ópera prima delata una de sus obsesiones: la exploración del deseo, prolongado en "En los labios del agua" (Alfaguara, 1996), (Prix des Trois Continents) y "Los jardines secretos de Mogador" (Alfaguara, 2001). Destacables son también "Los demonios de la lengua" (Alfaguara, 1998), "Con la literatura en el cuerpo" (Taurus, 1995), "La inaccesible" (1990), "Una introducción a Octavio Paz" (Premio José Fuentes Mares, 1990)... Ha sido traducido varias veces y entre otros galardones cuenta con la Orden de las Artes y de las Letras de Francia.
posted by George Cassiel @ 10:26 da tarde  
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"Este era un cuco que traballou durante trinta anos nun reloxo. Cando lle chegou a hora da xubilación, o cuco regresou ao bosque de onde partira. Farto de cantar as horas, as medias e os cuartos, no bosque unicamente cantaba unha vez ao ano: a primavera en punto." Carlos López, Minimaladas (Premio Merlín 2007)

«Dedico estas histórias aos camponeses que não abandonaram a terra, para encher os nossos olhos de flores na primavera» Tonino Guerra, Livro das Igrejas Abandonadas

 
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