*Um post literalmente (literariamente) roubado, raptado e capturado, a Jorge Gomez Gimenez (Jorge Letralia): «En la fauna literaria es fácil comprobar cuán acendrados se encuentran ciertos complejos respecto al oficio que se ha escogido. Supongo que una de las razones más fuertes para la mayoría de esos complejos es la ausencia de una carrera universitaria donde te gradúes de escritor. Con la afición que los seres humanos solemos tener por lo nominal, no es fácil aceptar la validez profesional de alguien que se define como oficiante de algo para lo cual no tuvo que encerrarse cinco años o más en un aula ni tuvo que matarse haciendo pasantías o tesis. Hace años fui a una reunión social. La mayoría de los hombres asistentes eran ingenieros, colegas del anfitrión, o psicólogos, colegas de la anfitriona. Alguien me presentó a una mujer hermosísima que me preguntó: “¿Ingeniero o psicólogo?”. Por entonces yo tenía mi propio complejo y solía responder que era diseñador gráfico —algo para lo que, por añadidura, tampoco me preparé en aulas, pero sonaba más aceptable—, pero me encontraba en plena, digamos, revisión de conciencia. Así que respondí: “Soy escritor”. Un estremecimiento recorrió mi columna mientras lo dije. Y volvió a recorrerla cuando la mujer, con actitud de incredulidad, volvió a preguntarme: “Sí, pero me refiero a tu profesión”. “Escritor”, volví a responder, y dejamos las cosas de ese tamaño. Una vez superado ese pequeño escollo uno se da cuenta de que entre los escritores hay complejos más… complejos. Conocí a un escritor que, refiriéndose a otro, me decía: “Fulano de tal es narrador, un narrador nato, no de esos que andan escribiendo ensayo o poesía”. Lo decía con una agria dosis de desprecio por los narradores-poetas-ensayistas. Es otro nivel del asunto: soy escritor, pero, ¿qué tipo de escritor soy? ¿En qué tendencia, en qué escuela, en qué género debo enmarcarme? Para algunos —para mí, por poner un caso—, llegar a este nivel de la discusión no es algo serio, pero hay gente que sí piensa así. Dejémoslos tranquilos un rato. “Pero ser escritor es fácil”, me dijo alguien una vez. “Tomas una computadora, tienes una idea, la traduces en palabras”. Claro, es sencillito si descartas el trajín de la experiencia, la habilidad que debe aprenderse para evadir las dificultades de la publicación, los debates personales con la propia idea de lo que es escribir y nuestra relación con el mundo. El resultado final, como dice Matthew Pearl, es “una experiencia muy dolorosa, lenta, tediosa y desesperanzadora”. Rafael Ramírez Heredia, autor de Con M de Marilyn y uno de los ganadores, el año pasado, del premio Dashiell Hammett de Novela Negra en la Semana Negra de Gijón, lo pone en estos términos cuando se le pregunta por qué escribe: "Escribo porque no sé hacer otra cosa o no me importa hacer otra cosa. Una manera fácil de decir las cosas es que como no soy dueño de grandes propiedades, ni tengo un cargo público de importancia, ni tampoco soy directivo de una transnacional; y tampoco me interesa, por esa razón escribo. En realidad escribo por seguir tradiciones familiares, por búsquedas, por impulsos personales, por inconsecuencias, angustias, rabias y alegrías: todo eso se concentra en la literatura."
Y podríamos decir igualmente: todo se concentra en la literatura, o al menos es así cuando decides ser escritor.» |