quinta-feira, junho 23, 2005
Publicado no Hotel Céline:

Liliana Villanueva está traduciendo al escritor ruso Venedikt Yeroféiev (no confundir con Viktor, La bella de Moscu, Anagrama) El libro se llama De Moscú a Petushkí y al parecer pertenece al género de las aguafuertes urbanas. En Francia y Alemania es considerado una obra de culto, como lo sería Arlt, seguramente. Editada por Feltrinelli en Italia, hoy los rusos leen a Yeroféiev como si nunca hubiesen leído a Bukowsky, lo cual es probable. Poca falta les hace, creo yo. Aquí la biografía del autor que acompaña la edición italiana.
Gracias a la generosidad de la traductora publicamos en el hotel el capítulo inicial: Moscú - Camino a la estación Kursk.

"Todos dicen: Ah, el Kremlin, el Kremlin. Todos me hablaron de él, pero yo no lo he visto ni una sola vez. Cuántas veces (miles de veces) habré estado en curda por Moscú, o luego de una borrachera con la cabeza aún zumbándome, de Norte a Sur, de Este a Oeste, de un confín al otro de la ciudad, sin rumbo fijo. Pero al Kremlin, no lo vi ni una sola vez.
Lo mismo ayer, otra vez, a pesar de que estuve dando vueltas toda la tarde, tampoco lo ví, y no es que estuviera realmente borracho. Cuando llegué a la estación Savelovski, me permití un vasito de Subrovka, como para empezar, ya que por experiencia sé que no inventaron ninguna pócima mejor como para empezar el día.
Bien, un vaso de Subrovka. Y luego, en la calle Kaliaievskaia, otro vasito, por cierto no de Subrovka, sino de licor de cilantro. Un conocido mío dice que el licor de cilantro produce un efecto inhumano en las personas, es decir, al tiempo que fortalece los músculos, debilita el alma. Por alguna razón, a mí me produjo exactamente el efecto contrario: me fortaleció el alma al máximo, mientras se me ablandaron los músculos. Reconozco que eso también es inhumano. Por eso tomé ahí mismo, en la Kaliaievskaia, dos porrones de cerveza Shiguli y un fuerte trago de oporto, directamente de la botella.
Ustedes me preguntarán: ¿Y qué más tomaste, Venichka? Yo mismo no lo sé, no sé qué más tomé por el camino. Únicamente recuerdo -y de eso me acuerdo muy claramente-, que en la calle Chejovskaia tomé dos copitas de licor de hierbas. Pero de ninguna manera debo haber cruzado la avenida Sadovoie Kolzó, sin haber tomado algo antes. No, de ninguna manera. Así que entretanto debo haber tomado alguna que otra copita.
Sí, y entonces fui hacia el centro, aunque siempre me pasa lo mismo: cuando quiero ir al Kremlin, termino en la estación Kursk. En realidad tenía que ir a la estación Kursk y no al centro, pero igual fui al centro, para ver al menos una vez al Kremlin. De una forma u otra, yo creo que nunca voy a poder ver el Kremlin, ya que siempre termino en la estación Kursk.
Podría llorar de rabia. No tanto por el hecho de que esta vez tampoco me salvé de llegar a la estación Kursk (¡Macanas! Ayer no llegué, pero hoy sí voy a llegar). Y tampoco por el hecho de que por la mañana me desperté en alguna escalera misteriosa. (Como pude comprobar, ayer me senté en un escalón de esa escalera, el cuarenta contando desde abajo, apreté mi maletín contra mi corazón y me dormí). No, no es eso lo que me da rabia. Lo que me da rabia es que, según mis cuentas, desde la calle Chejovskaia hasta esa escalera seguí tomando hasta gastar seis rublos, pero ¿qué fue lo que tomé y dónde lo tomé? ¿Y en qué orden? ¿Fue con ganas o tomé con asco? Eso no lo sabe nadie, y ahora nadie, nunca más, habrá de saberlo. Tampoco sabemos hasta ahora si fue el Zar Boris el que asesinó al Zarevich Dimitri ¿o fue al revés?
¿Qué escalera era esa? No tengo idea. Pero así es. Todo es así. Todo en el mundo sucede lentamente y al revés, para que el hombre no se convierta en un petulante, para que el hombre esté triste y confundido.
Salí a la calle cuando empezó a amanecer. Cualquiera sabe, cualquiera que se despierte sin conciencia en una escalera extraña al amanecer sabe qué pesar lleva uno en el corazón mientras baja cada uno de esos cuarenta escalones de la escalera desconocida, y qué pesar lleva uno encima cuando sale al aire de la vereda.
No importa, no importa, me digo a mí mismo, no importa. Ahí está la farmacia, ¿la ves? Y más allá el tipo de la campera marrón, que se caga en sus pantalones, ese que se rasca en la vereda. A él también lo ves. Y bueno, entonces, calmate. Todo está bién. Si querés ir a la izquierda, Venichka, andá a la izquierda, no te obligo a nada. Si querés ir a la derecha, andá a la derecha.
Fui hacia la derecha, tambaleándome despacio por el frío y por la preocupación. Sí señor, por el frío y por la preocupación. Oh, ese pesar temprano en el corazón. Oh, infausta ilusión. Oh, esa falta de compromiso. ¿De qué está hecho ese pesar, al que nadie aún ha dado nombre? ¿De qué está hecho? ¿De parálisis o de náusea? ¿De extenuación nerviosa o de melancolía, ahí, en algún lugar cerca del corazón? Y si está hecho de todo eso, ¿de qué tiene un poco más: de entumecimiento o de fiebre?
No importa, no importa, me dije a mi mismo, protéjete del viento y anda, despacio. Y respira profundo, muy profundo. Respira y trata de que, mientras camines, tus rodillas no se choquen una con otra. Y anda, hacia algún lugar. No importa adónde. Mismo si doblas a la izquierda, llegarás a la estación Kursk; si vas derecho, también llegas a la estación Kursk; y si vas a la derecha, te encontrarás también con la estación Kursk. Por eso, anda hacia la derecha, para estar seguro. Oh, ¡qué inútil! Oh, ¡qué efímero! Oh, tu, tiempo impotente, tiempo ignominioso en la vida de mi pueblo ¡oh tiempo entre el amanecer y el abrir de los negocios! ¡Cuántas canas se han colado en nuestras cabezas de vagabundos melancólicos! Anda, Venichka, anda."
posted by George Cassiel @ 10:31 da manhã  
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"Este era un cuco que traballou durante trinta anos nun reloxo. Cando lle chegou a hora da xubilación, o cuco regresou ao bosque de onde partira. Farto de cantar as horas, as medias e os cuartos, no bosque unicamente cantaba unha vez ao ano: a primavera en punto." Carlos López, Minimaladas (Premio Merlín 2007)

«Dedico estas histórias aos camponeses que não abandonaram a terra, para encher os nossos olhos de flores na primavera» Tonino Guerra, Livro das Igrejas Abandonadas

 
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